martes, 10 de junio de 2014

El mirador...

He vuelto al mirador donde nos conocimos. Aun me parece recordar como en un sueño cuando empezamos a formar parte el uno del otro. No recuerdo ni el día ni la hora ni cuanto tiempo hace de aquello, pero si la fotografía del instante en que te vi. y me atreví a dar ese paso, que fue un pensamiento, pero resultó una eternidad. Estaba el sol en lo más alto del cielo, el mar roto en espuma sobre las rocas perennes del mirador. De vez en cuando un barco rompiendo el cristalino del agua con un surco de quilla, a golpe de motor o vela. Por un instante quise mirar el rielar de las olas y su vaivén.

El reflejo del astro rey me cegó y tuve que girar la vista hacia un punto de menos luz. A la derecha nadie y a la izquierda tú. Bajo la sombra de una pared medio derruida, de una casa antigua al borde del paseo, tan antigua quizás, como las historias mismas que sus ventanas rotas han visto como ojos mudos, testigos de sueños y esperanzas, algunas, supongo, vivas, otras muertas.

Ahí estabas, impasible ante los elementos, leyendo un libro, ensimismada en sus páginas, involucrada en sus palabras y ausente de todo.
Desgaste el tiempo en mirarte, observarte, estudiarte. Resultaste una mujer lejana, lejos de mis posibilidades (pensé), “nunca la conoceré”.Fallé. Pese a que tenía todas las opciones en mi contra, tragué saliva y me hice el ánimo para buscar las palabras exactas hacia ti. Solo eran 10 metros, 10 segundos. 10 segundos de incertidumbre, de dudas, de muchas preguntas y ninguna respuesta. O si. Una respuesta… “NO”, Ese “NO” retumbaba en mi cabeza como una señal inequívoca de que eso no saldría bien. Pero como dicen, que con el “NO” se va a todas partes, eso incluía “10 segundos”.

Tomé valor y decidí seguir mis instintos más primarios, fue cuando me di cuenta de que una aureola azulada te recorría de arriba abajo, envolviéndote de ternura y a la vez de una inusitada calidez. Eso de alguna manera me tranquilizó para continuar adelante. Te iba a importunar, a interrumpir tú momento mágico de comunión entre el papel escrito y tu alma. Por eso debía medir mis palabras. Medir el sentido de mis actos, para no parecer un “salvaje” a tus ojos.

Se levantó una ligera brisa, tomé aire, lo solté y volví a mirarte. Algo había cambiado. Tu pelo, inerte hasta ese momento, inició un baile al ritmo de la ondulación de su suave y refrescante compás. Algo más había cambiado. Tu rostro. Ya no permanecía oculto tras la sombra. Ahora resplandecía, ahora tenia vida. Respiré. Aguanté el aire y continué observándote desde la atalaya de la distancia. Parecías distintas, ¿no te conocía?, NO.

Sentí ganas de acercarme, pero algo retenía mis pies al suelo, algo inexplicable, una voz interior que me pedía observarte más. Creo que con el paso del tiempo, eso me ayudaría a profundizar en ti. Sopesabas el libro con las dos manos, en un principio, pero después de la brisa, solo era uno el que lo aguantaba, mientras con la otra mano te apartabas el pelo enredado en tu rostro.

Tus facciones se suavizaban en ese halo azul, que se fundía en verde sobre ti. Te sentía mas cerca. La distancia era la misma pero la sensación de acercamiento era mayor a cada minuto que te observaba. Un parpadeo. Tus ojos parpadearon un instante y los míos también. Se cruzaron nuestras miradas. Unas miradas perdidas se encontraban por fin. ¿Y ahora? Ahora no tenía más remedio que ir hacia ti. Ahora era el momento.

Una extraña fuerza retenía mis ojos en los tuyos. Tú no rechazaste mis ojos y sus dudas. Eran dos pozos oscuros, profundos, con ansias de saber, con mil preguntas y mil respuestas, con una chispa que me atraía hacia ti sin mover los pies.
Me invitaban entrar en tu intimidad hacia la lectura, hacia tu vida y tu alma. Intenté esbozar una sonrisa (nunca se me dio bien). Un calor me subía desde el estomago a la garganta y un frió me recorría la espalda. Cada paso que daba, más fuertes eran eses sensaciones. Sonreíste. Eso me alivió un poco. Cambiaste de postura, tus piernas cerradas hacia un lado, introspectivas, giraron hacia donde yo estaba, continuabas apartándote el pelo. Ese pelo negro, largo y profundo como tus ojos.
Me resultó curioso que teniendo el pelo tan oscuro, fueras tan blanca de piel. Una piel blanca, sin pecas, sin manchas, sin imperfecciones, tan irreal. Continuaba andando y viéndote. El libro parecía un ladrillo de esos que tienes que leer en verano y hacer un trabajo para recuperar nota en septiembre. De esos que está mejor aguantando la pata de la mesa o la silla coja, antes que tener que leerlo.
Y una sensación cálida volvió a recorrerme. Cada vez estaba más cerca.
La comunicación no verbal parecía que funcionaba. A cada paso que daba tú azul se tornaba blanco y tu rostro se iluminaba y mis miedos desaparecían. 1 metro y estaba allí. 1 metro y todo acabaría o empezaría. Prefiero pensar lo segundo.
Hice un gesto hacia el banco, pidiéndote permiso para sentarme, tú asentistas con la cabeza y repetiste el gesto. Así lo hice. ¿Qué te hacia sentir tan involucrada en la lectura? Pronto lo averiguaría.
El libro, como dije antes, era un tocho impresionante, con un titulo en letras grandes, en un idioma incomprensible. No reconocí la lengua en la que estaba escrito. Conozco varios idiomas y me era ilegible. Pensé que eso seria un inconveniente a la hora de entendernos.
“Hola”. Fue mi primera palabra. No contestaste. Sonreíste más y no pronunciaste palabra alguna por la boca, pero en mi mente sonó un “hola”.Curioso. mientras estaba sentado, jugaba con mis manos en un claro y puro estado de nervios. (La primera vez siempre pasa).Notaste mi estado e hiciste algo que no esperaba…pusiste tu mano en la mía. La noté fría y cálida a la vez. Miré hacia abajo y noté tu energía amarrándome, miré tus ojos y sentí tu fuerza en los míos.
Un imán me atraía hacia tus labios… ¿iba muy deprisa? No sé. Entorné la mirada, buscando tus labios en la oscuridad. Un beso. Tu mano frenó mi primer intento. No querías correr tanto.
Iniciaste un juego al que me ofrecí con gusto. Tus manos acariciaban mi cara, quizás con extrañeza y curiosidad a la vez, buscando algo que no deduje que seria. Frente, ojos, y labios, ese fue el recorrido.
Me dejé llevar. Cuando parecía que habías terminado la inspección volviste a empezar pero esta vez recreándote más tiempo en mis facciones, tan distintas de las tuyas. Esta vez en vez de una mano, usaste las dos, dejando en el banco el libro. Curioseando. Esa sería la palabra.
Agarraste con fuerza ambos lados de mi rostro, lo acercaste al tu
yo y se produjo el milagro…un beso. La aureola mágica que te envolvía, ahora me pertenecía también, ese color azulado y cálido me arropó como en un sueño y ya no tuve miedo.
Miedo de estar allí, miedo de seguir, miedo al después….Pese a tener mis sentidos hacia a ti al 100%, no había notado tu olor.
Tu olor era una dulce combinación entre lo salino del mar y el fresco rocío de unas flores en un amanecer. No lo tenía claro. La cuestión es que cada vez me sentía mas calmado y tranquilo a tu lado.
Un segundo beso me elevó al cielo. Mi cuerpo se estremeció y perdió su propio peso. (Silencio).
El tercero nos unió en un abrazo sin fin. Perdimos la noción del tiempo y el espacio.
No existía nada más allá de nosotros y el momento. Era indescriptible. Creo que ese fue el momento en el que me enamoré.
No conocía tu nombre y no sabia si entendías mis palabras. Solo quería que ese momento durara toda la vida. Un golpe de mar ensordecido, desequilibró mi mente y en un instante regresé a la realidad. Tal vez fue un sueño, no se, solo se que tu esencia vive en mi para siempre.
FIN.


2 comentarios: