UNA MIRADA ROMANTICA
Cuando paso por delante de la casa abandonada del paseo
marítimo, me despierta recuerdos románticos.
Evoca en mi, tiempos pasados y me pongo a soñar, en lo que
pudo ser….
Ella se conserva altiva, como esperando que regrese la
familia que vivió y creció en sus entrañas y que un día se alejo sin despedirse
de ella, ya que, solo pensar que ya no volverían a estar aquí, les rompía el
corazón.
En el porche, sigue viviendo una preciosa buganvilla,
subsiste a duras penas, con el rocío y poco más, pero se aferra a una vida,
llena de recuerdos, entre cantos y risas de niños felices, correteando
despreocupados por el jardín, sin miedo a nada, porque se sienten protegidos en
este maravilloso paraje.
El balcón, pintado de azul, luce una esquina desgastada,
señal de las horas que la amada paso aquí, esperando a su caballero fiel.
Toda la casa está encalada y los detalles permanecen en
azul. A través del polvo se vislumbran unas baldosas ricas en adornos, señal
del poderío del cual disfruto este hogar.
Hogar de marinero, rico en calor y fe. Hogar que empezó
silencioso, por las largas ausencias del marido y acabo sonoro por los retoños
que nacieron en el.
En esas ausencias, la bella dama esperaba en el balcón,
entretenida en su bordador y de tanto en tanto levantaba la mirada, para otear
el mar, con mirada melancólica, pidiendo a ese mar, que le quitaba a su hombre
durante tanto tiempo, que lo cuidara y tratara con cariño, para que regresara a
casa, a su lado, en buen estado.
La leyenda dice: que el mar tiene tanto poder, que embriaga
y embruja a los hombres que en el faenan, hasta volverlos locos, por eso las
mujeres oran al dios del mar, Neptuno, para que sea benigno con sus maridos y
regresen a casa, con buena pesca y mejor cabeza.
La imagino en el balcón, recibiendo los primeros rallos de
la mañana, con su blusa blanca inmaculada, su melena negra y brillante como el
azabache, contando las horas que faltan, para estar en compañía de su amado.
Ese amado, que con sus manos humildes, extrae del mar, sus frutos más
preciados.
El mar suele ser bondadoso, pero a veces se enfada y trata
con rabia a los barcos que sobre él se deslizan, en esa ira los barcos parecen
de papel, frágiles. No se sabe muy bien porque actúa así, porque de repente se
crece y embravece, tratando con acritud a los marineros, ¿será porque ellos sin
ningún miramiento saquean los pequeñines de la panza del mar?
El caso es que en ese momento, las mujeres se reúnen, para
orar con más fuerza si cabe, todas se apoyan, sin ni siquiera hablar.
No hacen falta las palabras, ya que cualquiera de ellas
puede ser la elegida. Cualquier marido puede ser la ofrenda que el mar se
cobre, por aquietar su violencia, para luego tornar a la calma y hacer de
espejo a esa luna presumida, que al igual que las damas, no puede apartar los
ojos de este seductor mar.
Me despierto y me doy cuenta que sigo aquí, en el mismo
lugar, mirando la misma casa y la misma reja, una reja pintada de blanco,
demasiado rococó para mi gusto, invadida casi en su totalidad por la
buganvilla, esta que por el influjo del mar, también se ha vuelto un poco loca
y conquista todo lo que puede.
No sé que tiene esta casa, que cuando me acerco se me
aceleran los latidos del corazón.
Me paro en su verja y puedo oír a los niños saltando
alegres.
Puedo oír como la dama conversa con sus vecinas sin prisa,
ya que su Adán esta en altamar, estará tiempo sin volver al hogar. A ella se le
escapa una mirada al mar, de vez en cuando, aunque sabe que es pronto para que
retorne a tierra.
Miro la fachada deteriorada por el paso de los años y los
veo felices mientras encalan la fachada, entre risas y gritos, ya que los niños
también participan. Para ellos es una fiesta, porque les han dado brochas para
que encalen hasta donde lleguen sus escasas alturas.
Los adultos disfrutan del sol y del jolgorio que montan los
pequeños, creyéndose grandes porque están ayudando en la pintura de la casa.
Cuando esta el hombre en tierra firme, es a él, al que se le
escapa una mirada hacia el mar, una mirada bucólica hacia ese mar que ama tanto
y en el cual es tan feliz.
Rememora instantes felices, sí que es verdad que el trabajo
es duro, pero él es fuerte y está íntimamente ligado a ese mar, del cual no
puede alejarse.
El olor del viento cuando está en ese charco salado, no hay
otro olor que se le asemeje.
El rugir de las entrañas de ese mar que tanto anhela, que le
apasiona, da igual como este, en calma o en bravura.
En altamar disfruta de tantas cosas…el amanecer rompiendo en
el horizonte, bello, único.
El olor característico del salitre, ese olor se ha ido
fijando en cubierta y lejos de hastiarlo, lo embelesa con sus vapores.
Cuando un grupo de delfines lo acompañan en su travesía,
para y disfruta de la coreografía que estos mamíferos le regalan.
El canto de los pájaros le sirve de despertador, el vuelo
con que estos comienzan el día, parece un juego, parece que estén jugando a
pillarse unos a otros y entonces se acuerda de sus hijos, jugando siempre
contentos.
En ese momento un pensamiento placentero le viene a la
mente, su hermosa dama, de blanco inmaculado, siempre atenta y alegre, fresca y
hermosa para él, esperando en calma a que su adonis regrese al hogar, para
cubrirla con sus tiernos brazos y su cálida piel.
Las horas que viven separados, ocupan sus mentes con los
quehaceres diarios y las tareas pertinentes.
Por las noches se escriben largas cartas con letras
apasionadas, que expresan lo que siente y lo que desean cada uno, para luego,
cuando la reciben, abrirlas con ansia de saber lo que abra soñado su pareja, al
leerla, ríen y lloran a la vez, pero con un mar de por medio.
Esto les hace seguir con una relación viva e intensa, que a
pesar de los espacios que permanecen separados, se aman como el primer día, con
la misma pasión y devoción.
Con un amor más grande si cabe, que ha dado unos frutos
preciosos, niños sanos y felices que colman de dicha a esta hermosa pareja.
Todo esto me despierta esta embrujadora casa, añoro pasear
por sus pasillos, para revivir más lindas escenas, quizás algún día, consiga
entrar en sus entresijos y descubrir la esencia de este hogar.
Desam. Ferrández